Si uno coge un mapa de España corriente y
moliente y observa detenidamente la frontera con Francia probablemente no verá
nada extraño, salvo Andorra. Si ampliamos el tamaño del mapa, quizá podamos
empezar a notar que la raya fronteriza realiza un quiebro extraño en la
provincia de Girona. Quizá entonces busquemos un mapa de Catalunya para
averiguar de qué se trata, y será en ese momento cuando detectemos una silueta
con forma de habichuela rodeada de territorio francés. Es posible que alguno se
sorprenda, pero es cierto. Hay un trozo de España rodeado completamente por
Francia. Se trata de Llivia, una pequeña localidad de poco más de 1.500
habitantes, el único enclave de España en el extranjero.
La leyenda dice que Llívia fue fundada por el
mismísimo Hércules, responsable de la creación de la mitad de las ciudades de
España, si hacemos caso al mito (se le atribuyen, entre otras, las fundaciones
de Barcelona, Mérida, Sevilla, Cádiz o La Coruña). Lo cierto es que la zona
donde se asienta el pueblo, la comarca histórica de La Cerdanya, lleva poblada
cosa de cinco milenios, siglo arriba o abajo, y que existe constancia
documental de que Llivia fue la capital del Condado de la Cerdanya al menos
desde el año 815 de nuestra era. Pero hay dos fechas que marcan claramente la
historia local de este bello pueblo pirenaico, y son el 12 de junio de 1528 y
el 12 de noviembre de 1660. La primera fecha marca la concesión de unos
derechos que se revelarían cruciales por parte
de Carlos I de España, la segunda, la transformación de la localidad en
un enclave.
Durante varios siglos Llívia, merced a su
castillo, fue una de las localidades más poderosas de la Cerdanya. La fortificación
fue destruida en 1478 por el ejército francés en el marco de la Guerra Civil
Catalana después de catorce meses de asedio, y el pueblo perdió su posición en
favor de Puigcerdá, que dista tan solo dos kilómetros. Cosa de medio siglo
después, sin embargo, el EmperadorCarlos I, en un escrito en el que confirmaba
ciertos privilegios concedidos a Llívia por sus antecesores mencionó al pueblo
como “Villa y parroquia de Llívia”, lo que automáticamente elevó la categoría
de la localidad por encima de la de todos las demás aldeas circundantes. Un
siglo y pico más tarde se comprobaría que esa simple mención cambiaría la
historia del pueblo para siempre.
Durante gran parte de la primera mitad del
siglo XVII toda Europa estuvo enzarzada en la Guerra de los Treinta años. El
conflicto finalizó en 1648, pero en mitad de la contienda España y Francia
comenzaron a librar otra guerra, que concluyó en 1658 con la derrota española.
Un año después se firmó el Tratado de los Pirineos, según el cual España cedía
al rey francés, entre otras cosas, varias comarcas fronterizas, y 33 municipios
de la Cerdanya. Un año más tarde, en 1660, la negociación continuó precisamente
en Llívia. Allí se debían dilucidar los 33 pueblos ceretanos (gentilicio de la
Cerdanya) que pasarían a manos francesas. El representante español, para
asombro de su homólogo francés, adujo que Llívia no era un pueblo (village, en
francés) sino una villa, tal y como 120 años antes la había nombrado Carlos I,
por lo que no podía entrar en el trato; tras algún tira y afloja, Francia
aceptó. Así, el pequeño pueblo se convirtió en una isla española rodeada de
territorio galo.
Pasaron más de dos siglos hasta que finalmente
quedó establecido el territorio exacto del municipio y se establecieron una
serie de normas para facilitar la vida a los lliviencs. El tercer tratado de
límites de Bayona, firmado en 1866, fijó finalmente los límites de Llívia tal y
como se mantienen actualmente. Para ello se sirvió de cuarenta y cinco hitos,
algunos de los cuales se conservan, que señalizan la frontera alrededor del
pueblo. También fijó el camino entre Llívia y Puigcerdá (en la actualidad, la
carretera N-154 española y D68 francesa) como “de libre circulación”, lo que
también tendría su importancia un siglo después. El Ayuntamiento de la localidad poseía unas
tierras de pastoreo al norte del pueblo, bajo soberanía de Francia. El tratado
establecía las normas para su uso y facilitaba el paso de los rebaños en
ciertas épocas del año. La firma facilitó la vida a los habitantes de la pequeña
villa, que por entonces contaba con poco más de mil habitantes. El tráfico
entre Llívia y el resto del territorio catalán y español se normalizó por
primera vez en siglos. El siglo XX, sin embargo, volvería a poner a prueba a
los llivienses.
La Guerra Civil Española apenas afectó
directamente a Llívia, que no sufrió ni campañas ni bombardeos por razones
obvias. Algunos jóvenes fueron llamados a filas y la violencia sectaria provocó
que algunas obras de arte fueran quemadas, pero poco más. No fue hasta la
conclusión de la guerra cuando las tropas españolas pidieron autorización a
Francia para cruzar las fronteras y ocupar el pueblo. Aquel invierno de 1939
fue especialmente frío y puertas y contraventanas acabaron ardiendo para
calentar a los soldados que acamparon allí. Por esa misma época, el estallido
de la II Guerra Mundial y la ocupación de Francia por parte de la Alemania de
Hitler provocaron una situación muy incómoda para el pueblo. Los soldados del
ejército nazi, si bien nunca llegaron a pisar el término municipal, patrullaban
alrededor de él, y el gobierno alemán dirigió a Madrid una petición para que
vigilara estrechamente el enclave, que por su condición de tal podía
convertirse en un nido de conspiradores y espías. Más de cien policías armados
llegaron a Llívia (que entonces contaba con 700 habitantes) para vigilar
cualquier movimiento sospechoso.
Después de la II Guerra Mundial la economía y
la demografía del pueblo fueron mejorando poco a poco. Durante la primera mitad
del siglo los comerciantes llivienses pasaron las de Caín cada vez que
necesitaban ir a Puigcerdá, pues tanto a la ida como a la vuelta tenían que
pasar por los engorros trámites de la aduana española (Francia tenía prohibido
por el Tratado de Bayona establecer cualquier tipo de aduana en ese camino). A
partir de los años sesenta los controles se fueron relajando, aunque todos los
habitantes de Llivia necesitaban llevar el pasaporte consigo para salir del
pueblo. La aparición de un incipiente turismo elevó el nivel de vida general de
los locales, y la población de la Villa empezó a remontar. También fue en esa
época cuando Llívia libró su última guerra. La guerra de los Stops.
La carretera de Llívia a Puigcerdá fue siempre
un camino de libre acceso y circulación para los españoles. A principios de los
años sesenta la administración francesa construyó dos carreteras que se
cruzaban con la primera. Para evitar problemas en los cruces, instaló señales
de stop en cada uno de ellos. Evidentemente, fue la carretera de Llívia la
destinataria de esas paradas obligatorias. Los llivíencs interpretaron de
manera literal el tratado de Bayona, entendiendo que “libre circulación”
significa eso, y no cederle el paso a los vehículos franceses. Así que actuaron
en consecuencia, y se dedicaron a derribar las señales de stop que la
administración francesa iba colocando. En ocasiones se derribaban señales
durante varios días seguidos. Y así estuvieron años. A principios de los 80 se
construyó un puente sobre una de las carreteras, la más cercana al límite con
Puigcerdá, que evitó el cruce, y Francia cedió el otro stop hasta 2001, cuando
se construyó una rotonda. Las obras del puente fueron pagadas por España, y del
mantenimiento se encarga desde entonces, Francia.
En la actualidad Llívia forma parte, como
España y Francia, de todo el territorio Schengen, por lo que las fronteras que
rodean el pueblo no tienen más importancia en el día a día que el límite entre
las provincias de Girona y Barcelona, por ejemplo. Hasta 1995, año en el que
entró en vigor el tratado de Schengen, existió un puesto aduanero español en la
carretera, justo a la entrada en Puigcerdá, pero fue desmantelado. Hasta ese
mismo año, la carretera, cordón umbilical que une a Llívia con el resto de
España, estaba vedada para cualquier coche con matrícula no española. Ahora en
Llívia las tiendas ponen los carteles en tres idiomas y los franceses y
españoles acuden allí para comprar, pasear, visitar su farmacia-museo (la más
antigua de Europa) o simplemente disfrutar de las espléndidas vistas.
FRONTERAS. Diego González
He estado muchas veces en Llívia pero nunca he visitado la farmacia, siempre he ido al restaurante o a la pastelería :) :)
ResponEliminaQue tengas un buen domingo. Un abrazo.
M'ha agradat llegir la història de Llívia i gaudir de les teves boniques fotos.
ResponEliminaFa anys vaig anar a Puigcerdà, però desconeixia aquest poble tan maco.
Aferradetes, Llorenç.
Un poble bonic amb una història molt peculiar. Fins ben passats els 50 per anar a Llívia calia un salvaconducte ja que havies de passar la frontera amb França.
EliminaM'alegro que t'agrada la foto i l'escrit.
Bona nit. Aferradets.