Muchas gracias M. Carmen. Me encantan estos pueblos de montaña con las chimeneas humeantes y el olor a leña quemada. Recuerdo cuando mis padres me llevaban por el Pirineo y salir por la mañana y el aire helado te enrojecía los mofletes y eso olor a leña quemada mezclado con el de leche recién ordeñada y el café de calcetín... Oooh que recuerdos, cualquier cosa me hacía feliz. Y por que no también ahora al recordarlos. Un abrazo y una feliz semana de Reyes.
Por supuesto que tienes mi permiso. Recuerdo esos olores porque formaban parte de mi aventura. Ir al Valle de Arán allá por los años 50 era una verdadera aventura y los pueblos eran míseros, oscuros y sucios, que por las noches daba hasta miedo, pero para mi era una aventura. Siempre he vivido en un pueblo y no quiero recordar aquellos largos y fríos inviernos, ni la Santa Misión, ni el cara al sol. Simplemente son parte de mi vida, nada más. Por cierto hice el bachillerato en Hospitalet. Un abrazo.
Muchas gracias M. Carmen. Me encantan estos pueblos de montaña con las chimeneas humeantes y el olor a leña quemada.
ResponEliminaRecuerdo cuando mis padres me llevaban por el Pirineo y salir por la mañana y el aire helado te enrojecía los mofletes y eso olor a leña quemada mezclado con el de leche recién ordeñada y el café de calcetín... Oooh que recuerdos, cualquier cosa me hacía feliz. Y por que no también ahora al recordarlos.
Un abrazo y una feliz semana de Reyes.
Por supuesto que tienes mi permiso.
ResponEliminaRecuerdo esos olores porque formaban parte de mi aventura. Ir al Valle de Arán allá por los años 50 era una verdadera aventura y los pueblos eran míseros, oscuros y sucios, que por las noches daba hasta miedo, pero para mi era una aventura.
Siempre he vivido en un pueblo y no quiero recordar aquellos largos y fríos inviernos, ni la Santa Misión, ni el cara al sol. Simplemente son parte de mi vida, nada más.
Por cierto hice el bachillerato en Hospitalet.
Un abrazo.